La pandemia sanitaria del Covid-19 ha frustrado los deseos de fiesta de casi todos los municipios de la provincia de Alicante. La Costa Blanca, que tiene a gala, como uno de sus principales estandartes y atractivos turísticos, celebrar festejos tradicionales y multitudinarios durante todos los meses el año, tiene ahora la difícil asignatura de atraer a turistas con el calendario festero suspendido en su integridad.
Las fiestas populares tradicionales son, además de una característica de la cultura y de la identidad cultural de los pueblos, tiempo para el contacto con amigos y familiares, y sobre todo un incentivo económico para negocios de todo tipo, principalmente los de restauración, hostelería y alojamiento. Los expertos calculan en cientos de millones de euros las pérdidas por la suspensión de actos, y la ruina total o parcial para agrupaciones musicales, grupos de teatro, pirotécnicas, ganaderos, floristas, instaladoras de iluminación artística y otros muchos oficios que viven por y para las fiestas. Ese dinero jamás se recuperará, y poco consuelo es que te digan que el año próximo (si el coronavirus lo permite), recuperaremos los festejos con mayor brío si cabe.
El primer golpe duro de la pandemia lo recibimos cuando se decretó la suspensión de la Semana Santa, auténtico termómetro de la temporada turística que está por venir.
Al margen de sentimientos religiosos y lágrimas en cascada, aquello supuso un varapalo de consideración para una industria que, aunque acostumbrada a vaivenes propios de un mercado tan competitivo como el turístico, depende de fronteras, aeropuertos y carreteras para subsistir.
Pero el 14 de marzo se cerró todo. El obligado estado de alarma decretado por el Gobierno fue un shock para todos. Los comentarios eran coincidentes: “¡¡Si Sevilla suspende la Semana Santa, qué será de nuestras fiestas!!”.
Y fue lo que todos sabemos. Se suspendieron las Fallas; se suspendieron los Moros y Cristianos; se suspendieron las Hogueras de San Juan; no hubo este año procesiones marineras… Y con estas faltas, cayeron los fuegos de artificio, los puestos de churros y artesanía, las paradas de globos, los conciertos musicales, las frescas tardes en las terrazas de pueblos y ciudades cuyas calles y plazas hierven de actividad durante las fiestas, la recreación de acontecimientos históricos y otros tantos actos.
Cero fiestas. Fundido en fiestas. Apagón generalizado.
Llamémosle como queramos, pero hemos dejado de compartir tiempo y espacio callejero. Por un año hemos perdido tiempo de ocio, diversión y oportunidades de trabajo, irrecuperables ya.
Dicen los más agoreros que la campaña turística ya está perdida, y que la llamada “nueva normalidad” será un punto de inflexión, porque a partir de ahora ya nada será igual.
Quizás tengan razón, pero la naturaleza humana s sorprendentemente variable. Quizá, y sólo quizás, el año que viene veamos esta crisis dese la lejanía. Y quizás, sólo quizás, consigamos recuperar parte de lo perdido.

